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César, el vato.

  Fueron 50 pesos los que cambiaron la dirección que mi vida estaba a punto de tomar. Cuando salí del colegio hubo una fiebre de estudiantes optaban por estudiar medicina en Cuba y las recientes nuevas relaciones con Bolivia lo ponían relativamente fácil, fue un momento abrumador pues mi hermano mayor había ingresado a la Facultad Nacional de Ingeniería en Oruro con facilidad dos años antes y necesitaba igualar la marca para evitar las comparaciones que usualmente me dejaban por debajo. Me alegré de dejar el colegio pues ya en aquel entonces era crítico del sistema educativo e incrédulo de su utilidad en la vida real, varios meses antes de terminar ya me extasiaba con la perspectiva de la vida universitaria y escuchaba con atención a César cuando me contaba sobre cómo eran los cursos prefacultativos que él estaba tomando; ¿Cómo son las aulas? ¿Y los docentes? ¿Qué les enseñan? César era mi mejor amigo, a pesar de que cuando lo conocí no se me hizo ni muy especial ni muy inteligente,