César, el vato.
Fueron 50 pesos los que cambiaron
la dirección que mi vida estaba a punto de tomar. Cuando salí del colegio hubo
una fiebre de estudiantes optaban por estudiar medicina en Cuba y las recientes
nuevas relaciones con Bolivia lo ponían relativamente fácil, fue un momento
abrumador pues mi hermano mayor había ingresado a la Facultad Nacional de
Ingeniería en Oruro con facilidad dos años antes y necesitaba igualar la marca
para evitar las comparaciones que usualmente me dejaban por debajo.
Me alegré de dejar el colegio pues
ya en aquel entonces era crítico del sistema educativo e incrédulo de su
utilidad en la vida real, varios meses antes de terminar ya me extasiaba con la
perspectiva de la vida universitaria y escuchaba con atención a César cuando me
contaba sobre cómo eran los cursos prefacultativos que él estaba tomando; ¿Cómo
son las aulas? ¿Y los docentes? ¿Qué les enseñan? César era mi mejor amigo, a
pesar de que cuando lo conocí no se me hizo ni muy especial ni muy inteligente,
aquel año rompió totalmente con lo que esperaba de él cuando me contó que había
decidido estudiar Historia.
- -Morirás de hambre – Medio bromeando, medio en
serio.
Pero César era terco y admiraba
de forma oculta al profesor Rendón de Historia y Geografía, a quién llamaba “Viejito
sabelotodo” para evitar mencionar directamente su admiración. Él no era mal
estudiante sino más bien promedio, así que cuando salieron las convocatorias a
los prefacultativos se inscribió, en cambio yo, a pesar de ser el favorito de
muchos profesores, tenía todo un historial de rojos en mi libreta de
calificaciones y la fé de mi familia en que pudiera hacer frente a más deberes
aparte del colegio era nula. Pero al llegar el fin del curso y a pesar de que
Artes Plásticas evitó que entrara al acto de graduación, aprobé y tenía en
frente el desafío de hacer algo con mi vida.
En aquella época la gente decía
que lo que se necesitaba era estudiar carreras técnicas, o ingeniería de
telecomunicaciones que parecía recién haber sido descubierta, y sobre ello la
posibilidad de estudiar medicina en alguna de las universidades cubanas que
ahora abrían las puertas con facilidad a los bolivianos. No estaba en cero,
sabía que no quería estudiar una carrera técnica y tenía el fuerte instinto de
dar la contra a mi familia que parecía determinada de forma genética a avocarse
en carreras relacionadas con las matemáticas, así que consideré estudiar
medicina (era muy bueno en química y biología) considerando que los médicos
tenían prestigio y parecían ganar bien, sin embargo César entraba a Historia
por pasión y se lanzaba contra el mundo sin miedo, mis pragmáticos motivos me
avergonzaron y retomando un antiguo sueño fui a conocer los ambientes de la
carrera de psicología junto a César.
Mi idea se vio reforzada cuando
mi familia se mostró contrariada con mi decisión, era obvio que no lo aprobaban
pero me conocían muy bien y cualquier comentario equivocado podría sellar mi
decisión definitivamente así que de forma ocasional y sutil me preguntaban por
qué quería estudiar psicología o si había espacio laboral para los psicólogos.
Todo parecía cerrado cuando una muy querida prima llegó de Cochabamba y nos comentó
a mamá y a mí cómo era el proceso para estudiar en Cuba y al vernos interesados
prometió ayudarnos en el proceso si yo lo decidía, el prestigio de estudiar medicina
en el exterior me golpeó en la cabeza y la misma idea brillaba en los ojos de
mamá así que al día siguiente y antes de la partida mi prima, le anunciamos mi
decisión de ir a estudiar a cuba.
- -Qué bueno tía, necesitan empezar a tramitar su
título de bachiller y pasaporte, yo creo que saldrá con los que partirán en septiembre
próximo – Le dijo mi prima a mamá con alegría.
A diferencia del resto de la
familia, que se veían conformes con la nueva perspectiva, mi hermano mayor
empezó a meterme ideas en la cabeza, me decía que al llegar a Cuba tendría que
estar recluido en una habitación por tres meses y que como no había teléfono en
casa, no podría contactarme con la familia. Yo soy claustrofóbico y la idea del
encierro se me hizo insoportable, pronto le plantee a mamá retomar la idea de
estudiar psicología pero ella no estaba dispuesta a renunciar a un hijo médico.
- -Vas a ir aunque no quieras – sentenció.
La carrera de psicología y la de
historia son parte de la Facultad de Humanidades y cuando la convocatoria para
el examen de dispensación salió, César se apresuró a pasármela pero al
enterarse de los nuevos sucesos, se decepcionó.
- -Me das pena hermano, vos eras el rebelde número
uno y ahora te vendes por prestigio y pega- él sabía hacía donde apuntaba con
sus palabras.
Mi mente se aclaró esos días, yo
era un idealista, yo creía en la vocación, era optimista, apasionado y ambicioso,
quería estudiar psicología porque podía entender los motivos de las personas
tras sus acciones, porque me parecía maravilloso descifrar a la gente, porque
creí que estudiando psicología podría manipular mi entorno (pffffffff). Anduve
días y días tras mamá diciéndole que quería estudiar psicología, que estaba
decidido y que nadie iba a obligarme a subirme a un avión hacia Cuba, pero ella
también tenía sus métodos y prometió no darme ni un centavo para inscribirme al
examen de dispensación.
El día final llegó, las
inscripciones cerraban y mamá cumplió su amenaza. Aquella tarde una sensación
de impotencia sobre mi destino se apoderó de mí y luego de una última rabieta
en casa, salí a contarle a César que por falta de 50 bolivianos, otro sería mi
destino.
- - Calma, yo te presto los 50 ¿Pero alcanzas a
inscribirte?
En aquella época, 50 bolivianos
me parecía mucho dinero así que la propuesta me pareció irreal, sin embargo
César puso esa expresión que yo ya conocía de estar hablando 100% en serio.
Tomamos fotocopias a mis documentos, hicimos el depósito en el banco y casi sobre
la hora, me inscribí en el examen de dispensación de la carrera de psicología.
Aquella noche me acerqué a mamá y
le mostré mi boleta de inscripción, yo estaba listo para una discusión
fenomenal, pero en vez de ello, mamá se sentó y con voz calmada hizo su
apuesta:
- -Está bien, si apruebas el examen harás lo que tú
quieras, pero si lo repruebas te irás a Cuba sin chistar.
Fue una época difícil, recuerdo
que nos cortaron la luz por falta de pago, que creí haberme equivocado en los exámenes,
que perdí las esperanzas, pero al final aprobé. Quizás esa parte de la historia
pertenece a otro capítulo de mi vida, este capítulo le pertenece a los 50
bolivianos que nunca devolví, le pertenece a César.
Cuando lo conocí le decían Vato,
quizás por su forma de hablar un poco mexicanizada, o quizás por su caligrafía
similar a la caligrafía grafittera. Aunque aquella vez no lo vi muy listo, las
interminables partidas de Ajedrez, los intensos debates sobre geopolítica, y
aquella primera vez que me derrotó en un debate escolar me revelaron a una de
las personas más inteligentes que pude conocer.
César era orgulloso y siempre se
mostraba insensible, pero también le escribía poemas a una muchacha y los
dejaba en su mochila sin dejarle pistas del autor. Yo siempre leía mucho y él
lo tomaba como una competencia, empezó a devorar libros y en nuestros últimos
años sus conversaciones siempre incluían libros y autores.
Cesar falleció en 2013, aunque
nunca me enteré la causa exacta, supe que fue una especie de embolia o derrame.
Estuve con él cuando yacía inconsciente en el hospital, conocí a la chica con
la que iba a casarse, a su hermana y a su madre… siempre las mencionaba y ahora
las conocía. Traté de hablarle ¿Qué le podía decir? Cesar, hermano, no puedes
hacer esto, somos idealistas, teníamos que cambiar el mundo… no te puedes ir… pero
al día siguiente se fue. Me quedé con la familia, acompañe el cuerpo de César
todo lo que pude, él era el amigo en quién podía sostenerme, tenía tantos
miedos, problemas, historias y más que compartir pero creí que había más
tiempo. Permanecí hasta que su nicho fue sellado esperando que aquella
sensación se fuera.
¡Hey César!, los años han pasado
y a veces aún me siento a la mitad del camino. He dejado de ser tan rebelde
pero creo que se llama madurez. He enumerado todas mis historias y secretos y
hubo muchos que no te conté y otros tantos que no me contaste, me haces falta
porque a veces necesito ser brutalmente honesto sobre el desastre que es mi
vida y para eso estabas tú. Aún soy escéptico de las religiones, pero creo que
estás allí en alguna parte amigo. Se que no te conté quién soy ni cómo fue la
mejor etapa de mi vida, pero creo que ahora la sabes y que te estas riendo de
tanta pendejada que hice.
Hey César, tengo los 50
bolivianos, los tengo guardados en mi memoria por que los de papel nada valen y
aunque tal vez nunca pueda devolvértelos los guardaré por que cambiaron mi
vida, porque son prueba de que fuimos amigos como hermanos, porque si alguna
vez vamos a terminar este camino donde me quedé, necesito que sepas que tu
amistad fue determinante en mi vida.
¡Hasta pronto César!
Leí de forma detenida lo que escribiste...
ResponderBorrarPor "algo" no pude conciliar el sueño y en la oscuridad de mi habitación me puse a ver las redes sociales, vi la lista de mis contactos y ahí apareció el nombre de mi mejor amigo, César, vi tu comentario y un link, ingresé a él y cuando leía lo que César decía, lo leía con su voz.
A muchos aún nos hace mucha falta, sus palabras, sus consejos locos para este mundo tan racional... al igual que a ti, a mi también me hace mucha falta.